Una ascensión a velocidad sostenida. La obra de Juan Canals, por Ángel Alonso

Una ascensión a velocidad sostenida.

La obra de Juan Canals

Magnas masas de colores matizadas, áreas monocromas interrumpidas por líneas y texturas armonizadas con inteligencia, arriesgadas composiciones en las que un elemento diagonal rompe la estabilidad de diversos bloques rectangulares, elípticas y sugerentes pinceladas sobre planos recortados con marcados y expresivos tijeretazos, todo ello en presencia de una figuración que envuelve a su vez un espíritu abstracto, así son los cuadros de Juan Canals, un artista que parece disfrutar de un diálogo introspectivo con el arte.

Aquí la obra obedece a una necesidad interna y se desarrolla en espacios íntimos, porque el estudio no es únicamente para pintar sino para descontaminarse de lo utilitario, no piensa lo mismo el artista en su taller que cuando sale a la calle, toda situación que sea completamente real es un ahogo, solo en el estudio, en el mundo de lo imaginado, se es verdaderamente libre.

Canals es uno de esos artistas en extinción que crea pacientemente, día a día, priorizando el goce de pintar por encima de cualquier otra motivación. Rehúsa ser esclavo de las argumentaciones teóricas porque sabe que si algo ha dañado al arte de nuestros días es precisamente este exceso de sistematización, esta manía de justificar todo racionalmente. La capacidad metafórica de sus imágenes se basa precisamente en oponerse al cálculo, en el acto de crear los significantes sin definir los significados.

La evolución de su obra ha sido en estos últimos años como conducir un coche cuesta arriba sin hacer sufrir el motor, es decir, sin grandes acelerones y sin grandes frenazos, su velocidad ha sido constante, sostenida, y eso es menos ruidoso que las aceleraciones pero hace más duradero y seguro el recorrido. No es Jim Morrison, no es Janis Joplin, es el longevo Mick Jagger. O para ejemplificar con pintores, no es el precoz Basquiat ni el temperamental Modigliani, se asemeja más a un parsimonioso Picasso que le da tiempo a producir mucho y en diferentes direcciones, sabe que quien anda despacio llega más lejos.

Su más reciente obra se diferencia de la que hacía hace unos años. Estas pinturas son más exclusivas y sintéticas. Juan se ha alejado de muchos de los recursos que, si bien le funcionaban, eran menos distintivos que los actuales. Es decir, los mecanismos con que ahora resuelve una figura son más estables y maduros. A medida que avanza el tiempo va depurando la paleta, paradójicamente más espontánea pero menos casual. Los elementos que constituyen la composición son cada vez menos reordenados, menos retocados,  en algunos casos parecen haber surgido directamente, sin necesidad de cambiarles nada a posteriori.

Esa frescura, esas soluciones de un solo trazo, suceden ahora con más frecuencia, aunque ya se notaban en su obra anterior, igualmente hermosa y lograda pero dirigiéndose a este camino que a su vez lo llevará a otro. La vitalidad de una obra solo es posible en estado de tránsito, la perfección sería su muerte, un camino sin salida, un estado de felicidad bucólica sin sabor alguno, sin pasión.

Sigue existiendo el reciclaje, el collage, la actitud de armar un nuevo cuadro con desechos de otro…pues se trata del mismo pintor y con las mismas bases que lo han solidificado, pero este mismo acto de recomponer imágenes fragmentadas y de armar nuevos cuadros  con trozos de otros se ejecuta ahora con mucha más certeza, con mucha más seguridad y fluidez. Y es que la síntesis, como demostró Picasso en “Metamorphosis de un toro”, necesita un proceso, no se puede inventar, no se puede llegar directamente a ella, porque no se trata de reducir sino de resumir.

Los resultados visuales que aquí se logran implican al mundo  de la infancia, sus personajes están forjados con la emoción que siente un niño cuando juega, despreocupado, sumergido en su universo y entregado al momento presente. Algo de esa pureza de l’enfant terrible se conserva intacto en la obra de este creador.

Ángel Alonso

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